Mi mirada de bruja
erosiona el misterio
y te transforma de repente
de príncipe en sapo.
Son esas noches abismales
en que sigo tus huellas,
a tropiezos,
dando saltos mortales,
resbalando y cayendo.
Mi sapo verde oro.
Mi sapo fría escama.
Hombre de profundas cuevas,
habitante de mis laberintos,
pasajero serpenteante.
Macho de voracidad insomne,
ebrio de canto atragantado.
Pero llega el día y mi conjuro
te convierte en este sapo ya sin cuentos,
desvestido de azules innombrables.
Te nace un sol en medio de la frente
y embarcas tus estrellas
con rumbo hacia mi cuerpo:
esta laguna de cielo sin amarras
donde nadamos juntos.
Sapo diamante.
Sapo cristalino.
Sapo esmeralda.
Abro los ojos.
Despertamos
al hechizo cotidiano.
Y entonces eres el de siempre:
espejo irremediable
de mi triste princesa.
Hombre que le duele
a esta mujer de tinta,
a esta niña con trampas.
©Germana Martin
Mirarse al espejo brutalmente, con sinceridad irremediable, una mañana al despertar, apenas con el tenue maquillaje del dia anterior. Hacerse cargo de lo que somos, espejados unos en otros, hombres y mujeres, femenino y masculino, hilos de la misma trama, algodones de la misma gran nube blanca. Hijos de la misma contemporaneidad y cultura heredada y co-construída. Desdibujar para contar-nos de nuevo. Correr el velo. Comprender y amar. Desenterrar y amar. Poner límites y amar.
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